San Jerónimo Lídice

por José Antonio Sánchez Miravete

Pocos se han detenido a pensar en qué significa el segundo nombre de la colonia San Jerónimo: Lídice. La respuesta representa una increíble historia de valentía, heroicidad, traición, muerte y justicia.

En 1939, durante la etapa inicial de la Segunda Guerra Mundial, Hitler declaró que Checoslovaquia había demostrado que es incapaz de sobrevivir. En Praga, afirmó que el Reich alemán estaba dispuesto a intervenir y tomar las decisiones para llegar a un orden razonable. El entonces todopoderoso Führer jamás volvió a pisar esa tierra, pero su hombre de confianza, jefe de la Gestapo, considerado el hombre más peligroso del Tercer Reich y una de las figuras más enigmáticas del nazismo, Reinhard Heydrich, sí volvió, nombrado protector de Moravia y Bohemia. Poco después se le puso al frente de la RSHA, la oficina central de la seguridad del Reich: el servicio de espionaje, la policía política y la policía criminal, todo en manos de un solo hombre.

El 28 de diciembre de 1941, paracaidistas de la resistencia checa se embarcaron en un avión de la Fuerza Aérea Británica (RAF) para infiltrarse en el país. Debido al mal tiempo, debieron lanzarse cerca de la aldea Nehvizdy y se ocultaron en Pilsen, al oeste de Bohemia, a unos 80 kilómetros de Praga, con la misión de asesinar a Heydrich. La estrategia era muy simple: esperarlo en una curva del camino que tomaba todos los días entre Praga y el Castillo de Hradcany en su Mercedes Benz descapotable, dispararle una ráfaga de ametralladora y lanzarle una granada de mano. El plan se llamó “Operación Antropoide”. El 27 de mayo de 1942, a las diez de la mañana, se llevó a cabo. Jozef Gabcik, Jan Kubis y Josef Valcik, de la resistencia checa, lo esperaban para la emboscada. El último se quedó a unos metros de la curva para avisar cuando el objetivo se acercara. El arma de Gabcik se encasquilló, pero la granada de Kubis estalló a un lado del automóvil, cerca de la cajuela. El militar nazi y su chofer bajaron del auto y empezaron a disparar, mientras los partisanos huyeron ante la inminente llegada de soldados. Heydrich sintió un dolor en la espalda y se dio cuenta de que tenía incrustada una esquirla de la granada. Lo llevaron en ambulancia al hospital Bulovka, de Praga. No permitieron que lo atendieran médicos checos, y cuando llegaron especialistas alemanes diagnosticaron saturación del pulmón izquierdo y septicemia. Parece que empezaba a recuperarse, pero al cuarto día entró en un coma del que no se recuperó, y murió el 4 de junio.

Hitler envió cinco mil efectivos en busca de los agresores y ofreció una recompensa de 10,000 coronas. Ellos estaban ocultos en la cripta de la iglesia de San Cirilo, en Praga. Un miembro de la operación, el sargento Karel Curda, atraído por la recompensa, los denunció, dando a la Gestapo los nombres de los implicados y el lugar donde se escondían. Dos horas más tarde llegó el ejército alemán a la iglesia, arrestaron al párroco, quien horas después murió asesinado, y comenzó la búsqueda de nuestros hombres. Los cuatro que estaban ahí escondidos (porque otro se había unido al grupo) se defendieron durante varias horas. Dos murieron en el combate y los otros dos se suicidaron cuando se vieron perdidos. Posteriormente, durante el cateo del lugar y los cuerpos para buscar alguna pista sobre ellos y descubrir el nombre de más involucrados, sólo encontraron un sobre dirigido a una familia que residía en Lídice, una población minera a 20 kilómetros de Praga con sólo 483 habitantes.

Hitler ordenó que el pueblo fuera arrasado, toda la población masculina fusilada, y las mujeres y los niños llevados a campos de concentración. La ciudad desapareció del mapa y quedó destruida en su totalidad. La carta no inculpaba a nadie, y la población nada tenía que ver con el atentado. Sin embargo, el 9 de junio, a las nueve de la noche, seiscientos soldados alemanes, además de elementos de la policía checa, llegaron al pueblo e hicieron que todos los habitantes salieran de sus casas; acto seguido, los separaron, poniendo a los niños en una escuela y a las mujeres en un granero. Ahí mismo fusilaron a todos los hombres, no sin antes obligarlos a entregar sus pertenencias de valor y abrir la caja del banco, que fue totalmente saqueada. Los soldados llevaban judíos, a quienes obligaron a excavar una fosa común para enterrar a los muertos. A las mujeres y los niños los enviaron al campo de concentración de Ravensbrück, donde la mayoría murió en las cámaras de gas y en trabajos forzados. Al final murieron 192 hombres, 60 mujeres y 88 niños.

La masacre no pasó desapercibida. Varias fuentes de diferentes partes del mundo narraron la terrible noticia. En 1949, gracias a donaciones de varias naciones, el pueblo fue reconstruido. Existe en Lídice un memorial, con una escultura de la artista Marie Uchytilová, donde se representa a los niños asesinados.

Ciudades, sectores urbanos, plazas y parques en Panamá, Brasil, Venezuela, Estados Unidos, Cuba, Israel y Uruguay llevan el nombre de Lídice, para que jamás sea borrado del mapa. En México, la colonia San Jerónimo lleva su nombre.

Esta increíble historia se narra en una película, justamente llamada Lídice, del director Petr Nikolaev, de 2011, y en el libro HHhH, de Laurent Binet (Seix Barral, 2012).

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