La ingeniería mexicana

por José Antonio Sánchez Miravete
La ingeniería mexicana durante la colonia y sus antecedentes precortesianos

Durante el tiempo en que he tenido el privilegio de escribir sobre historia en la revista Distrito, he procurado poner el acento en aspectos humanistas y artísticos en todas mis colaboraciones; sin embargo, mi formación profesional es la Ingeniería Civil, y seguramente de ahí nace todo. Me explico: el ingeniero debe caminar guiado siempre por ese hilo infinito que es la curiosidad. Debe intentar descubrir, buscar y a veces entender la razón que nos regala el hallazgo. En mis textos he descrito catedrales, conventos, iglesias, caminos, urbanizaciones y obras artísticas que podemos seguir disfrutando hoy, inmersas en el paisaje cotidiano que sin embargo depara mil sorpresas, tanto en el sur de la capital como en el estado de Puebla. Cuando pienso en esas obras, mi espíritu ingenieril me exige hablar del proceso constructivo de cada una, para tratar de entender el desarrollo de la ingeniería mexicana desde la época prehispánica hasta la novohispana.

Debemos pensar en la ingeniería hidráulica de nuestros antepasados, que aún nos sorprende por su vigencia a través del tiempo, en poblaciones lacustres con comercio y transportes acuáticos, donde la construcción de pozos, presas, terrazas, acueductos y otras obras de dotación y manejo del agua nos habla de un conocimiento profundo de la naturaleza y de las leyes de la física. En el extremo sur del Valle de Tehuacán existe el dique Purrón, la presa documentada más antigua de América. Su primera etapa data del año 800 a.C., y fue sobreelevada casi dos milenios después, en 1110 d.C., para alcanzar una altura de 18 metros y una capacidad de almacenaje de 5.1 millones de metros cúbicos. La presa forma parte de un sistema hidroagroecológico de antiguos embalses, que inició el sistema de riegos en Mesoamérica y aún podemos observar en el poblado de Coxcatlán.

En la Cuenca de México, el albarradón o dique de Ahuízotl, de 15 kilómetros, junto con el de Nezahualcóyotl, de 16 kilómetros, ambos del siglo XVI, protegía a Tenochtitlan de inundaciones y evitaba que el agua salobre del lago de Texcoco se mezclara con el agua dulce de los lagos menores. Otro importante ejemplo que combinó el conocimiento indígena con tecnologías europeas, ya en el siglo XVI, es la presa de Yuriria, construida con fines de irrigación por Diego de Chávez Alvarado entre 1548 y 1550.

En las construcciones civiles y religiosas, la importancia de las técnicas de cimentación en terrenos altamente sísmicos y formados por arcillas compresibles se aprecia en el sistema de estacado (quauhtzotzotzotli); en él, mediante morillos de madera de 15 centímetros de diámetro y 150 de largo, se mejoraba el suelo con una cama de zacate, sobre la que se colocaban vigas, y sobre éstas se aplicaba pedacería de piedra de tezontle junteada con mortero a base de cal, que lo hacía resistente a la humedad. Para evitar la capilaridad, se impermeabilizaba el sitio de contacto por medio de mezclas hechas con cal y arena de tezontle, y se aplicaban recubrimientos con cera.

A la llegada de los arquitectos europeos se generó un nuevo tipo de edificaciones, como catedrales y fortalezas, con gran complejidad y grandes proporciones en su diseño, y para ellas se usaron muros de mampostería. Otra innovación fue el empleo de diferentes materiales de construcción en los llamados “muros limosneros” que con la simple combinación de piedras mejoraban el comportamiento estructural de las estructuras de apoyo; podemos reconocer fácilmente construcciones del siglo XVI, porque cuando tenían una altura considerable, se les añadía perpendicularmente un triángulo de piedra en todo lo alto, llamado contrafuerte. Para las techumbres se utilizó el llamado “techo franciscano”, hecho con vigas de madera colocadas en diferentes posiciones y separación. Con el tiempo aparecieron especialistas indígenas para los distintos trabajos, como la construcción de bóvedas, a quienes se conoció como tlatelzopquis.

La madera, recurso abundante, fue la base para desarrollar sistemas constructivos y estructurales. El ocote, el cedro blanco y el encino sirvieron como elementos de apoyo o embebidos en los muros como elementos de amarre; las denominadas “gualdras” eran componentes de gran tamaño para techumbres y columnas.

De los materiales pétreos, la cal, el barro y el metal como materiales de construcción escribiré en mi siguiente participación, para esbozar un poco el lugar que la ingeniería mexicana merece en la historia.

 

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