Capillas abiertas, aportación arquitectónica

Una de las principales aportaciones de la sociedad novohispana a la arquitectura es el concepto de capillas abiertas, también llamadas “capillas de indios”, en el siglo XVI. Todo lo construido en ese periodo constituye una mezcla de influencias indígenas y españolas. Reyes-Velasco nos dice:

“Fraile e indio crearon un campo de acción cultural totalmente activo. Nada existía sin el intercambio, sin la necesaria dependencia, la naturaleza, la mutabilidad de unos y de otros; frailes e indios mezclaron sus ideas, sus esfuerzos, su realidad para llegar a la culminación de una obra que tiene su lugar específico dentro del panorama cultural, creado a la sombra de los monasterios novohispanos.”

Debemos recordar la costumbre indígena de celebrar oficios religiosos al aire libre. En acrópolis como la zona de Monte Albán, en Oaxaca, situadas en la parte alta de una montaña, podemos ver cómo la obra exterior formaba parte esencial de las áreas dedicadas al culto religioso. Durante la época prehispánica, el pueblo no entraba a recintos cerrados o techados para este tipo de actividades. Solemos pensar que la obra arquitectónica sólo incluye las partes bajo techo, pero la arquitectura exterior forma un todo en las obras cívico-religiosas. Seguramente también influyó el que durante el siglo XVI la cantidad de religiosos era muy limitada, y se hacía necesario reunir varias comunidades en los templos que iban construyendo; otro factor importante es que el mobiliario de los templos se fabricó a paso muy lento. Por ello, los rituales se llevaron a cabo a cielo abierto, haciendo que el atrio formara parte de la celebración. La cruz atrial es una muestra más del mestizaje, y muchas de ellas lucen simbología indígena y cristiana. Los frailes debieron idear un sitio para el altar y emplear explanadas fabricadas ex profeso como templos al aire libre. De este tipo de construcciones no se han encontrado antecedentes en Europa, lo que nos lleva a un espacio peculiar, con un mestizaje de culturas más que evidente.

En la primera mención de una capilla abierta, en el año 1540, Motolinía nos dice: “[…] los patios son muy grandes y muy gentiles porque la gente es mucha, y no caben en las iglesias, y por eso tienen su capilla fuera en los patios, porque todos oigan misa todos los domingos y fiestas, y las iglesias sirven para entre semana.”

Las capillas abiertas podían alzarse frente a las porterías del claustro (siendo éstas las ubicaciones más comunes), adosadas a los templos o aisladas; hay las de balcón, que eran simples ventanas en un primer piso, como en San Agustín Acolman, y las de salón o mezquita, con fuerte influencia islámica, como la ubicada en el convento franciscano de San Gabriel Arcángel, en Cholula. La construcción de capillas abiertas duró relativamente pocos, no más de medio siglo, porque la llegada de un número importante de religiosos y el acelerado proceso de construcción de templos aunado a la misma evangelización permitió al pueblo celebrar oficios en el interior de las iglesias.

Era común que en las esquinas de los atrios donde había capillas abiertas se construyeran pequeñas capillas, llamadas “capillas posas”. Éstas eran puntos de reunión para la evangelización y el recorrido procesional dentro del atrio, donde se aposentaban las imágenes.

Ejemplos importantes en los estados de Tlaxcala y de Puebla de este tipo de construcciones las encontramos en Huamantla, Huaquechula, Huejotzingo y Tizatlán. En los estados de Tlaxcala e Hidalgo encontramos el mayor número de templos que incluyen capillas abiertas.

En el camino hacia Puebla desde la Ciudad de México puede visitarse el convento franciscano de San Luis Obispo, en Tlalmanalco. Comenzó a construirse en 1533 y se terminó en 1590. La capilla abierta comenzó a funcionar en 1536 y, aun siendo una de las primeras en su tipo en América, se mantiene en muy buen estado de conservación. Es un ejemplo de arte tequitqui, construido con mano de obra indígena, y un gran ejemplo de la fusión del arte cristiano con el indígena. En su arquería podemos observar altorrelieves formando rostros, flores y escudos. Su simbología nos muestra un profundo sentido religioso: la lucha del bien y el mal, y el culto a la muerte. Las imágenes de ángeles y animales mitológicos nos permiten “leer” la forma de introducir las ideas cristianas en un universo politeísta, que fue adaptándose a la nueva idea de Dios.

Cuando hablamos del estilo arquitectónico del siglo XVI novohispano solemos recurrir a la comparación directa con arquetipos europeos, pero el sincretismo que formó todas las expresiones artísticas de esos primeros años nos lleva a entender el encuentro de dos civilizaciones tan distantes, que sin embargo encontraron un camino común, e invariablemente nos conduce al territorio del asombro.

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