Construcciones civiles del siglo XVI en Puebla de los Ángeles

por José Antonio Sánchez Miravete

Al contrario que conventos e iglesias, contamos con muy pocos ejemplos de construcción civil que daten de la llegada de los españoles a nuestro continente, porque la gran mayoría se demolieron o modificaron sustancialmente. Debemos agregar que en el siglo XVI los inmuebles se construyeron bajo la supervisión de los recién llegados, tanto civiles como religiosos, con la mano de obra de indígenas habilitados para ello. En los primeros años de la colonia no habían llegado aún arquitectos y alarifes desde España, por lo que la arquitectura de esas primeras construcciones era muy simple: crujías alrededor de patios centrales rodeados de galerías arqueadas. Los muros eran de mampostería, regularmente, con pocas ventanas o sin ellas en el testero o fachada, forradas con cantera y aprovechando también el uso del tezontle; durante su formación y enfriamiento, esta piedra volcánica conserva el aire interior, por lo que es un material ligero y con características térmicas importantes. La cantera en los accesos se labraba con elementos decorativos, y en la parte superior de la puerta solía colocarse el escudo del propietario.

En la ciudad de Puebla de los Ángeles hay ejemplos importantes de estas residencias, algunos de los cuales aún pueden visitarse, como los siguientes:

En la calle 2 Sur, en el centro de la ciudad, donde actualmente se encuentra la sede del periódico El Sol de Puebla, se alzaba “La casa del que mató al animal”, de la cual se conserva la fachada original. Consta de una portada sencilla con jambas anchas (se llama jamba al elemento vertical que sostiene el dintel de una puerta, a modo de columna). La belleza imponente de este marco reside en los bajorrelieves: en la parte baja o basamento lucen tres margaritas que nos hacen pensar en el final del gótico y que tan comunes fueron en el plateresco, el estilo que se desarrolló en España a finales del siglo XV y principios del XVI. A continuación vienen imágenes de caza, aunque algunos lo han interpretado como fragmentos de la leyenda que da nombre al inmueble, sobre un animal con forma de dragón que se aparecía en el centro de la ciudad cada tarde, al que mató el dueño de esa casa. Regresando a la descripción arquitectónica, la complementaría diciendo que los bajorrelieves recuerdan los tapices florentinos del siglo XVI. Más arriba, en las impostas, se ven mazorcas de maíz y pájaros que dejan entrever la mano de obra indígena. En el dintel hay grabados de hojarascas y granadas.

Otro ejemplo es la fachada de la casa ubicada en la calle 3 Poniente, frente a la portada lateral de San Agustín, con jambas anchas y lisas; en la imposta encontramos motivos prehispánicos, mientras el cerramiento tiene dovelas y medallones de bustos humanos, que denotan la armonía plateresca.

Pero, sin duda, el inmueble mejor conservado es la Casa del Deán, en la calle 16 de Septiembre, frente a la catedral. En la jerarquía eclesiástica, se llamaba deán al clérigo inmediatamente inferior al obispo. La casa ya aparece en el primer Libro de censos de Puebla, impreso en 1584, como propiedad de Tomás de la Plaza, deán de Tlaxcala. Hay que recordar que en ese momento Puebla dependía religiosamente de Tlaxcala. Es una construcción en dos pisos; las puertas tienen un cerramiento adintelado y jambas lisas, flanqueadas por dos columnas estriadas sobre pedestales. En la parte superior hay otros dos pedestales, donde se asientan unos jarrones o pináculos sin asas, y al centro está la ventana del segundo piso, con un balcón y barandal de herrería enmarcado con un almohadillado; la parte superior, rematada con un frontón que contiene a una especie de escudo, da un carácter de purismo renacentista. Del interior solamente quedan dos habitaciones del piso superior, porque el resto de la propiedad se demolió hace no muchos años, con permiso de la autoridad, para construir un cine. Gracias a reclamos ciudadanos se logró salvar lo que queda. Dentro de los dos salones existentes se descubrieron y rescataron pinturas murales que se conservaron gracias a la capa de cal que las protegió durante siglos. Son pinturas al fresco de colores increíbles, donde encontramos castillos feudales, escenas de caza, caballos y carruajes. Hay frisos con flores, ángeles, centauros y monstruos mitológicos de cuya boca brota el glifo azteca de la palabra, lo que nos indica que la fantasía indígena no fue ajena a estas pinturas. Francisco de la Maza se refiere a los murales de la siguiente manera: “Nos abren como abanico único y precioso todo el mundo plástico del Renacimiento, con toda su plenitud humanista, cuajada de recuerdos clásicos, si bien profundamente católica en su intención y simbolismo”.

Espero que esta breve descripción haya inculcado en el lector el deseo de visitar estos ejemplos constructivos de un mundo que apenas empezaba a escribirse en el siglo XVI. Por último, quiero decir que este texto se documentó en su totalidad con la obra La arquitectura de México en el siglo XVI, de Pablo C. de Gante, editado en 1954 por Porrúa.

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