La historia del obispo que fue virrey

por José Antonio Sánchez Miravete

El 24 de agosto de 1600, en Navarra, doña Ana de Casanate y Espes dio a luz un varón, producto de su aventura amorosa con el marqués de Ariza. En su desesperación, tras poner en riesgo el nombre de su familia, la mujer decidió ahogar al niño en un río cercano. Mandó cometer el infanticidio a una empleada mientras ella se escondía en el balneario de Fitero. La infame aventura fue descubierta por un empleado de la casa de Ariza, quien salvó al niño y lo crió en la clandestinidad.

oña Ana, arrepentida, tomó la decisión de vestir los hábitos en la orden de los Carmelitas Descalzos. Al crecer el niño, su verdadero padre, don Jaime de Palafox y Mendoza, se enteró de la historia y lo reconoció, dándole su apellido y bautizándolo como Juan de Palafox y Mendoza. Lo envió a estudiar a la Universidad de Alcalá de Henares y posteriormente a la Universidad de Salamanca. El joven se ordenó sacerdote e inició la carrera sacerdotal como capellán de la reina de Hungría, María Ana de Austria, hermana de Felipe IV. Viajó por toda Europa. En 1639 lo nombraron obispo de Tlaxcala, con sede en Puebla de los Ángeles. Ya en la Nueva España, practicó la protección al indígena y la persuasión como medio para la conversión religiosa. Durante su gestión hubo una grave confrontación con los jesuitas, quienes no entregaban el diezmo a la Corona aduciendo que la Compañía estaba exenta de esa carga, y además predicaban sin pedir autorización y permitían el acceso a chinos conversos, sobre cuya legítima adopción del catolicismo la Iglesia aún tenía dudas. El conflicto lo obligó a esconderse en San José Chiapa, una hacienda ubicada en las afueras de Puebla. Convenció a la Corona de que el entonces virrey, Diego López Pacheco y Portugal, duque de Escalona, era infiel a España; investigó la veracidad de sus supuestos y logró que el rey enviara cédulas reales secretas para deponer al virrey. La noche del 9 de julio de 1642, cuando intentaron arrestarlo, el virrey se escondió en el convento de Churubusco. Al final cayó preso y se le embarcó de vuelta a España. Así, Juan de Palafox y Mendoza se convirtió en el décimo octavo virrey de la Nueva España, cargo que ejerció oficialmente del 10 de junio al 23 de noviembre de 1642. Durante el ejercicio de su función colocó por primera vez a criollos en cargos públicos, redujo los impuestos, gestionó un mayor comercio entre las colonias y expulsó a la comunidad portuguesa, por estar en contra de la Corona.

Posteriormente fundó el convento de religiosas dominicas de Santa Inés; el Colegio de San Pedro para el aprendizaje de gramática, retórica y canto llano; el Colegio de San Pablo para académicos, lo que hoy conocemos como Biblioteca Palafoxiana, y terminó de edificar la Catedral de Puebla en 1649. A la muerte de Feliciano de Vega y Padilla se convirtió en obispo de México. Posteriormente regresó a España y se le nombró obispo de Osma. Murió el 1 de octubre de 1659.

La coherencia, la lucha por la igualdad y la educación son los pilares en los que Juan de Palafox y Mendoza basó el trabajo de muchos años, pero el legado más patente de este ilustre personaje es, sin duda, la formación de la Biblioteca Palafoxiana, que hasta el día de hoy podemos visitar en la ciudad de Puebla de los Ángeles. Poseedor de verdaderos tesoros, el recinto, fundado en 1646 con cinco mil volúmenes, cumple 15 años de su inclusión por la Unesco en el Registro de Memoria del Mundo. Considerada la primera biblioteca de América, con el tiempo incrementó su acervo, hasta llegar en la actualidad a más de 45 mil títulos. En 1773, el obispo Francisco Fabián y Fuero añadió dos pisos más de estantería, utilizando maderas de árboles de los alrededores de la ciudad, como ayacahuite y cedro. Las mesas de lectura incluyen una plancha de alabastro poblano, el ónix de Tecali. En muchas de ellas, hoy consideradas piezas de museo, existen anotaciones hechas a lo largo de los años por diferentes estudiosos que en ellas pasaron largas horas adquiriendo la ciencia más moderna del siglo XVIII, contenida en sus libros. Hay marcas fechadas desde 1780 y hasta principios del siglo XX.

Entre sus tesoros, la Biblioteca cuenta con las obras completas de Issac Newton, obras de Johannes Kepler, René Descartes, Antoine Laurent Lavoisier y Carl Nilsson Linnaeus. Además posee nueve incunables, libros impresos hasta 1500, cuando la imprenta se hallaba “en la cuna” (de ahí el nombre): los nueve libros de la Historia de Heródoto, impreso en 1493, en Venecia; La ciudad de Dios, de San Agustín, de 1475, encuadernado con pergamino; Crónica de Aragón, de Fabricio de Vagad, de 1499; Tratado de las fiebres, de Gentile da Foligno, de 1486; Crónica de Núremberg, de Hartmann Schedel, de 1493; Summa Total, de San Antonino de Florencia; Sermones, de Jacobo Vorágine, impreso en 1500; Toda la obra, de Ángelo Politani, de 1498, y Sermones de temporada y de santos, de Peregrino, impreso en Colonia en 1481. La Crónica de Núremberg está impreso en papel de lino y cuenta con 1804 xilografías (grabados mediante planchas de madera).

Además de los tesoros bibliográficos y el mobiliario que resguarda, la Biblioteca alberga un retablo con la Madona de Trapani, 5334 manuscritos, siete impresos mexicanos, dos mil impresos sueltos y libros en más de 14 lenguas.

Visitar la Biblioteca Palafoxiana es rendir justo homenaje a un hombre visionario y convencido del valor de los libros, la ciencia y la cultura.

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