El camino México-Puebla-Veracruz

El pasado es una provocación, un camino que no termina nunca, porque sólo suponemos el inicio. El presente lo usamos, lo vivimos, lo volvemos rutina y desaparece en nuestros sentidos. Pero la historia hace el milagro, descubriéndonos que nada existía desde siempre y que nuestro hoy fue formándose con base en coincidencias, encuentros furtivos, intereses, venganzas, traiciones, malentendidos y uno o muchos sueños. El placer, citando a Montaigne, está en la búsqueda, no en el hallazgo.

Cuando viajamos de la Ciudad de México a la ciudad de Puebla de los Ángeles, sin saberlo, vamos recreando una odisea, porque para que ese camino existiera debieron transcurrir más de doscientos cincuenta años de una historia comparable con la mejor novela de aventuras.

Volvamos a 1531, año de la fundación de la ciudad de Puebla en uno de los pasos obligados entre los diferentes caminos que unían el puerto de Veracruz con la Ciudad de México; ahí se unían el Viejo y el Nuevo Mundo. Su envidiable ubicación la conectaba además con regiones que hoy ocupan los estados de Veracruz, Tlaxcala, Oaxaca, el Estado de México, Morelos y Guerrero. Contaba con cuencas, llanuras y valles. El agua que bajaba de los volcanes la volvía una tierra fértil en todos los sentidos; tanto, que en el siglo XVI era la zona mejor cultivada de la colonia, y para el siglo XVII se le consideraba el “granero de la Nueva España”. Las regiones y poblaciones del estado fueron encontrando su vocación productiva: el trigo procedente de los valles de Atlixco, Tepeaca y San Pablo; los granos de Cholula y Huejotzingo; la cría de cerdos en San Martín Texmelucan, Nativitas, Chalchicomula y Valsequillo, lugares donde abundaba el maíz; de Tecali, los mármoles para lápidas y decoraciones, claraboyas de iglesias fabricadas con el alabastro de la Nueva España: el ónix. Y al paso de los años, sal, harina, petate, sebo y chivos de Tehuacán; ovinos, caprinos y bovinos de Tlacotepec; frutas, legumbres y semillas de Tecamachalco.

Con la copiosa producción y alta calidad de los géneros, se comerciaban productos no sólo para el consumo de la Nueva España sino para las colonias españolas en el Caribe y hasta La Habana, además de su envío hacia la península, lo que hizo de Puebla la segunda ciudad en importancia en la Nueva España. Su posible rivalidad con la Ciudad de México durante el virreinato generó intereses para que las mercancías hacia y desde Veracruz llegaran y salieran de la Ciudad de México por otras rutas. Sin embargo, algunos insumos, como la seda, sólo se producían en la zona poblana. En 1544, España otorgó la primera licencia para tejer telas de seda a la zona de Puebla, y llegaron a enviarse 40 mil matas de morera para su siembra; la morera es el árbol cuyas hojas constituyen el único alimento de los gusanos de seda. Posteriormente se crearon obrajes donde se trabajaba la tela de lana. Esta industria textil llegó a competir con la manufactura de Castilla, Granada y Venecia.

En el México prehispánico se desconocía la aplicación práctica de la rueda y no había animales de transporte o de carga, por lo que sus caminos y senderos fueron trazados para el paso de los tamemes o porteadores de mercancías. Por esa razón, los españoles encontraron pequeños caminos que unían las diferentes poblaciones. Sobre la traza de esas sendas se harían las adecuaciones para las rutas del periodo colonial.

El camino entre México y Veracruz quedó definido en dos rutas: la que salía de San Cristóbal Ecatepec-San Juan Teotihuacan-Otumba-Apan-Tecoac-Cáceres-Perote-Jalapa y seguía por La Antigua hasta Veracruz se conocía como el “camino de la Veracruz”, y el “camino nuevo” o Camino Real, que se dirigía por el sur de la Sierra Madre Oriental hacia la ciudad de Puebla, pasando por Chalco, Río Frío, Huejotzingo y Texmelucan; luego de la capital poblana seguía por Amozoc y Orizaba, hasta llegar a Veracruz. Este último camino era la conexión hacia otros destinos como Tehuacán, Oaxaca y Guatemala.

Los mercaderes de la Ciudad de México preferían el “camino de la Veracruz” por el temor de la competencia de una ciudad más cercana al puerto. Esto fue influyendo para que los virreyes fortalecieran uno u otro, dependiendo de los intereses que defendían.

Durante todo el virreinato se discutió la mejor ruta. Fray Toribio de Benavente, mejor conocido como Motolinía, defendía la importancia de la Ciudad de Puebla como lugar de paso. En 1782, las autoridades de Villa de Carrión, mejor conocida como Atlixco, propusieron la reconstrucción de la vía que los comunicaba con Puebla. El mal estado de las rutas llevó a la Corona imponer un costo de peaje para obtener recursos y arreglar los caminos. Además, se autorizó la creación de “ventas”, como se conocía a los lugares a lo largo de las rutas donde los viajeros podían comerciar mercancías y detenerse a descansar. Así nos llegó la historia de una de las primeras ventas, con su mesón, en la zona cercana a Jalapa. Un español de nombre Francisco Aguilar fundó, en un lugar llamado Pinahuizapan, un mesón a cargo de Pedro Anzures; éste era muy grande de complexión y lo conocían como “Pedrote”. El nombre degeneró y se convirtió en “Perote”.

A finales del siglo XVII, el camino de Puebla presentaba la ventaja de ser un importante centro de distribución de ultramarinos, como se conocía a los productos que llegaban de otros continentes, no sólo de Europa sino del Oriente por el puerto de Acapulco. Posteriormente, parte del ganado de la zona costera del Golfo acababa en rastros de Puebla, Tepeaca y Tlaxcala.

La competencia con zonas más cercanas a la Ciudad de México, como Toluca y el Bajío, hizo que la economía poblana decayera, pero en el siglo XVIII volvió a recuperarse gracias al tejido del algodón que traían de la zona de Sotavento de Veracruz. La importancia de esta industria mejoró los caminos hacia Orizaba y Córdoba, poblaciones donde se concentraba la producción algodonera de “tierra caliente” como era conocida la zona de Sotavento y la producción del oriente de Oaxaca.

Entra 1764 y 1784, debido a los problemas de España con otras naciones, se hizo imperativa la construcción de garitas en diferentes puntos, para el control de mercancías y el cobro de peajes e impuestos. La zona de Orizaba y el sur de Veracruz se convirtieron en centros importantes para la industria del tabaco. El rey aprobó la empresa del Camino México-Veracruz por Puebla y las villas de Orizaba y Córdoba. Posteriormente, durante el movimiento de independencia, se erigieron fortificaciones a lo largo de la ruta. El comercio de la zona no se restableció por completo hasta 1817, aunque el estado de los caminos es muy malo. En 1824, al instalarse el federalismo con la proclamación de la República, se quitó la administración al Consulado de la Ciudad de México.

Con la construcción de autopistas para la conexión de la Ciudad de México con Puebla y Veracruz, han quedado en el olvido poblaciones importantes en el “Camino Real”. Recorrer ese viejo trazo nos lleva a recordar la historia que encierra una ruta por donde durante tres siglos se comunicó comercialmente buena parte del mundo.

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1 Comentario

GUADALUPE GUTIERREZ junio 26, 2020 - 11:13 am

EXCELENTE INFORMACION

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