El alabastro poblano

por José Antonio Sánchez Miravete

El alabastro es una piedra blanca, traslúcida, una variante cristalina del sulfato de calcio. Sirvió desde la antigüedad para fabricar objetos ornamentales y esculturas; labrado en forma de láminas, se le usó también como vidriera. En Egipto se han encontrado muestras de trabajo en alabastro, incluyendo vasijas dentro de tumbas, como los llamados “vasos canopes” que se utilizaban para depositar las vísceras de los cuerpos embalsamados.

En Europa se conservan obras de alabastro que datan de la alta Edad Media. Tuvo su gran época a finales del gótico y principios del Renacimiento, cuando se le empleó en altares, retablos, esculturas, vidrieras y objetos de uso cotidiano. Hay ejemplos importantes en Córdoba y en el Museo del Alabastro de Sarral, en Tarragona.

Pero hablemos del alabastro (chalchihuitl, ‘joya’) en Puebla. Desde épocas prehispánicas se le consideró una piedra semipreciosa. En la población de Tecalli (tetl, ‘piedra’, calli, ‘casa’) se encuentra uno de los principales yacimientos del mineral. Tuvo un comercio muy importante al lado de la obsidiana (iztli) y el jade (quetzalistli). A la llegada de los españoles, en el siglo XVI se inició la fabricación de ornamentación religiosa, vidrieras, claraboyas, púlpitos, pilas bautismales y de agua bendita, empleando el alabastro. Una interesante descripción nos ofrece el texto de fray Agustín de Vetancourt: “Sácase de los minerales que hay en el pueblo de Tecalli una piedra blanca, a manera de mármol, de que labran los naturales con arena y agua unos vasos en que beber, salvillas, aras, pilares, columnas, cofres y otras cosas bien curiosas; hay unas en blanco y otras jaspeadas”. Cabe sólo aclarar que se llamaba “salvilla” a una bandeja donde se encajaban vasos, copas o tazas.

En Puebla hay hermosos ejemplos del trabajo en alabastro, al que coloquialmente se llama “ónix” (palabra de origen griego que literalmente significa ‘uña’), una variedad del ágata o calcedonia. En el Altar de los Reyes de la Catedral de Puebla está el retablo que el escultor andaluz Martínez Montañés realizó en 1646. Pueden observarse columnas salomónicas trabajadas estupendamente, así como el antiguo pedestal del altar mayor, además de los lavabos de las sacristías poblanas, verdaderas obras de arte, conocidos como aguamaniles.

En la Capilla del Rosario, joya barroca del mundo, encontramos elementos de alabastro como el Baldaquino de la Virgen (palabra proveniente de bagdag; se llamaba así al templete formado por columnas que sostenía la cúpula destinada a cobijar un altar o una imagen); dejemos que sea fray Diego de Gozope, autor de La octava maravilla del Nuevo Mundo, quien lo describa: “El zoclo es de una piedra que, tomando el nombre del lugar en que se produce, toma el nombre de Tecalli. Sobre esta suntuosa planta se levanta un pedestal que da principio a la casa de la Señora… El segundo cuerpo lo forman otras doce columnas salomónicas…”.

La Capilla de San José Chiapa, considerada obra cumbre del alabastro poblano, se encuentra en una hacienda en las afueras de la ciudad donde se refugió el obispo Juan de Palafox y Mendoza huyendo de los jesuitas, a quienes estaba obligando, por orden de la Corona, a pagar tributos del diezmo, además de secularizar las parroquias. En la Capilla hay un maravilloso retablo de orden salomónico, tallado con gusto exquisito, compuesto por dos cuerpos horizontales y un remate al centro. Rodeado de cabezas de querubines está un cuadro de la Sagrada Familia. En el segundo cuerpo, en el corazón del retablo, está un espléndido Calvario.

La Catedral Metropolitana no podía quedarse atrás. En ella podemos encontrar pilas bautismales y púlpitos fabricados en alabastro, así como mesas de sacristía, esculturas religiosas y relieves.

Se utilizó también para lápidas sepulcrales, ambones y barandales. Muchas iglesias cubrieron y engalanaron sus vanos con láminas de alabastro; desgraciadamente, no queda prácticamente ninguna, porque la torpeza neoclásica las sustituyó por vidrios comunes. Un ejemplo de ello es el Templo de Capuchinas en Puebla, que poseía un auténtico tesoro de alabastro en sus vidrieras. Antiguas crónicas mencionaban: “…piedras de Tecalli que defienden del aire y dan lugar a la luz…”

Gracias a la visión del artista polaco alemán Mathias Goeritz podemos encontrar en la Catedral de Cuernavaca, la Catedral Metropolitana y el Templo de las Capuchinas vitrales en las ventanas, donde hace un merecido homenaje al alabastro poblano.

Para la elaboración de este texto conté con la invaluable información del libro El alabastro en el arte colonial de México, de Francisco de la Maza, editado por el INAH en 1966.

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