La orden de los Carmelitas Descalzos en San Ángel

por José Antonio Sánchez Miravete

El origen de la Orden del Carmen Descalzo se remota a los tiempos del profeta Elías. Formalmente, su historia se inicia en el siglo XII, cuando unos cruzados deciden quedarse en Tierra Santa y poblar el Monte Carmelo, ubicado cerca de Haifa, en lo que hoy es Israel. En el siglo XIII, debido a la persecución mahometana, abandonaron el sitio y comenzaron su migración hacia Europa. La forma de vida en la orden era muy estricta, con normas especialmente rígidas: vida en soledad, abstinencia de comer carne, mortificación, oración y estudio de las Sagradas Escrituras. Con el tiempo debieron modificar sus normas para sobrevivir, adaptándose a la forma tradicional de otras órdenes como mendicantes, viviendo de las limosnas de los fieles a cambio de algunos servicios.

Para la segunda mitad del siglo XVI, santa Teresa de Ávila y san Juan de la Cruz trabajaron para que la orden regresara a sus normas de origen. En 1585, en plenas reformas teresianas, varios miembros de la orden se embarcaron hacia la Nueva España con el propósito de llegar a pueblos y ciudades del norte aún inexploradas, como antes habían intentado, sin éxito, en África. A la Nueva España ya habían llegado franciscanos, agustinos, jesuitas, dominicos y mercedarios. Todas estas compañías tenían en mente la idea de la Corona española: lograr un mundo más ancho y menos ajeno.

Fray Juan de la Madre de Dios y otros once carmelitas se embarcaron en la nave Nuestra Señora de la Concepción, al mando de don Juan de Guzmán, con una licencia expedida por la Casa de Contratación de las Indias, y salieron de Sevilla el 13 de mayo de 1585. En la misma embarcación venía el marqués de Villamanrique, don Álvaro Manrique de Zúñiga, séptimo virrey de la Nueva España, que gobernó de 1585 a 1590. Los viajes estaban llenos de incomodidades: las embarcaciones no contaban con camarotes, y los pasajeros debían pernoctar en cubierta, donde, especialmente los religiosos, no tenían un solo momento de paz. Además, sus compañeros de viaje eran hombres y mujeres que venían a la aventura de su vida en la Nueva España. Pero siempre tenían en mente las palabras de santa Teresa: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda.” Tras más de dos meses de travesía, llegaron a Veracruz el 22 de septiembre, donde hubo que tramitar la llegada y preparar el siguiente viaje, hacia la Ciudad de México, a la que entraron por la Calzada de Guadalupe el 17 de noviembre de 1585.

Ya en la ciudad, se les asignó como primer punto de trabajo la ermita dedicada a san Sebastián en el barrio de Atzacoalco. En ese momento iniciaron la construcción de sedes en diferentes partes de la Nueva España: 1589, Nuestra Señora de los Remedios en Puebla; Virgen del Carmen, en Atlixco; 1593, Nuestra Señora de la Soledad en Valladolid, hoy Morelia; Nuestra Señora de la Concepción en Guadalajara; 1597, Nuestra Señora de la Concepción en Celaya; 1606, Nuestra Señora del Carmen en el Desierto de los Leones; 1615, San Ángelo, en Tenanitla; Santa Teresa de Ávila en Querétaro. Siguieron fundando en Salvatierra, Tacuba, Toluca, Oaxaca, Orizaba, San Luis Potosí y Tehuacán hasta 1745.

Bajo la advocación de un religioso martirizado en Sicilia a inicios del siglo XIII llamado San Ángelo, en terrenos donados por el cacique indígena de Coyoacán de nombre don Felipe de Guzmán Itzolinque, se fundó en los barrios de Tenanitla y Chimalistac el Colegio Carmelita. El arquitecto responsable de la construcción fue fray Andrés de San Miguel. La construcción se inició el 29 de junio de 1615, y se inauguró dos años después. En 1624 se edificó el templo anexo y la huerta en los terrenos de Chimalistac. Aprovechando el magnífico suelo cargado de minerales producto de la erupción del volcán del Xitle y bañado por las aguas del Río Magdalena, la huerta se volvió un referente por su productividad. Además de abastecer los requerimientos de los religiosos, se volvió un mercado importante de frutas como peras, manzanas y perones, así como de legumbres y flores. El convento lució el estilo arquitectónico característico de los carmelitas. La sobriedad es su marca, tanto en la fachada como en el interior, y la majestuosidad de la construcción recae en la proporción, más que el ornato. Por ahorro, las torres para el campanario se sustituyeron por una esbelta espadaña para alojar las campanas, haciéndola armonizar con los pináculos o remates que circundan las bóvedas. El claustro, a diferencia de otros conventos, es de un solo piso. La vida carmelita se movía entre esta edificación llena de vida y su construcción espejo en el Santo Desierto, hoy conocido como Desierto de los Leones, del cual hablaré en una siguiente entrega.

Como todos las iglesias y conventos de nuestro país, con los años ha sufrido modificaciones, demoliciones y saqueos. Durante la invasión norteamericana en 1847, los edificios sufrieron graves daños, y los bienes de la orden fueron saqueados. La huerta se vendió y fraccionó en 1856, y en 1858, con la aplicación de las Leyes de Reforma, se perdió otra parte importante. Con motivo de la exclaustración, en 1862, todo fue destruido: el convento desapareció, dividido en lotes para la edificación de casas particulares y la apertura de nuevas calles. Sólo quedó el Templo de la Tercera Orden, conocido hasta nuestros días como el Museo del Carmen. Sin embargo, aún podemos apreciar su belleza visitando su museo, la iglesia y la exposición permanente llamada El silencio de los carmelitas.

Bibliografía:

  • Sucedió en San Ángel. Dr. Ernesto Vázquez Lugo. EDAMEX, 1986.
  • Recuento mínimo del Carmen Descalzo en México. Ethel Correa Duró. Roberto Zavala Ruiz. Instituto nacional de Antropología e Historia, 1988.

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