El Parque de la Bombilla

por José Antonio Sánchez Miravete

La tierra en Chimalistac era fértil aun en la época prehispánica, debido a su suelo fortalecido con las cenizas del Xitle y a las aguas del tío Atlitic, luego bautizado como Magdalena por los españoles. Además de árboles frutales, ahí se sembraba maíz, frijol, cebada y magueyes. Aún se conserva la traza de antiguos caminos que unían el señorío de Coyoacán con Tenanitla, hoy San Ángel; se trata de las actuales calles de Amargura, Arenal, La Paz y Francisco Sosa. Tras la conquista, los carmelitas construyeron un convento bajo la dirección de fray Andrés de San Miguel y aprovecharon las bondades naturales del lugar para establecer un huerto famoso por la producción de legumbres, frutas y flores. A mediados del siglo XIX se inició la urbanización de la zona, conservando aún los puentes de piedra y la traza de algunas calles. A un costado de la continuación de Arenal hacia la calle de La Paz se reservó un espacio para edificar un parque público. A principios el siglo XX, el jardinero japonés Tatsugoro Matsumoto diseñó unos bellos jardines, donde se colocaron las primeras instalaciones de alumbrado público fuera del Centro de la ciudad; de ahí surgió el nombre de La Bombilla, y pronto se convirtió en un referente en los paseos a los alrededores de la ciudad. Aprovechando esto, un empresario originario de Bilbao, de nombre Emilio Casado, inauguró un restaurante campestre que llegó a ser muy visitado por la clase política de la época.

El 17 de julio de 1928, la diputación del estado de Guanajuato organizó una comida en honor del presidente electo de la República, el general Álvaro Obregón, quien había maniobrado para modificar el texto constitucional y asegurar su reelección. La comida sería amenizada por la orquesta del afamado músico y compositor Alfonso Esparza Oteo. Emilio Casado revisó hasta el último detalle para asegurar el éxito del evento. El general Obregón llegó acompañado de Aarón Sáenz y Federico Medrano, quienes se sentarían a su lado; a este último le tocaría estar junto al muñón del brazo que trece años antes habían amputado a Obregón tras el estallido de una granada villista en la batalla de Santa Ana del Conde. Cada uno de los treinta sitios estaba asignado, y frente a la silla respectiva había una tarjeta que, además de indicar el nombre del invitado, decía: “Recuerdo del homenaje que la representación guanajuatense en la XXXIII legislatura del Congreso de la Unión ofrece al C. Álvaro Obregón. Presidente de la República. México, 17 de julio de 1928. La Bombilla, Restaurante. San Ángel, D.F.”.

José de León Toral llegó al restaurante recién iniciado el evento con una libreta de dibujo, para hacerse pasar por caricaturista. Se dirigió a la barra y pidió una cerveza. Pasó al sanitario, donde verificó el arma que llevaba ceñida al cinto; le quitó el seguro, apretó aún más el cinturón y la cubrió con su saco y la libreta de dibujo. Salió y se dirigió hacia el salón principal, y a pesar de la seguridad logró acercarse a los comensales. Dibujó en pocos minutos una caricatura de Aarón Sáenz y, mostrando el trazo que había hecho de la orquesta, se acercó más al general. Quintín Rodríguez, el mesero que atendía al festejado, comentó algo con él y caminó a la cocina. Toral pasó por detrás del arreglo floral a espaldas del candidato electo, se acercó a él y le mostró los dibujos. Mientras el militar miraba, el asesino sacó el arma y disparó contra aquél en seis ocasiones. La orquesta interpretaba “El limoncito”.

En su declaración durante el juicio realizado en el palacio municipal de San Ángel, donde hoy se encuentra la Casa de Cultura y el Teatro, comentó que al disparar a su víctima pensó: “Que uno de mis balazos le toque en el corazón, y que ésta sea la señal de que se ha arrepentido”.

Quintín Rodríguez comentó que las últimas palabras que escuchó del presidente fueron: “Estoy muy lleno. No me traiga cabrito, sino unos frijoles”, y mientras caminaba hacia la cocina escuchó los disparos.

José de León Toral confesó que se vio inspirado por Concepción Acevedo de la Llata, mejor conocida como la Madre Conchita, priora del convento de las Capuchinas Sacramentadas, asidua a las reuniones del movimiento cristero donde se conocieron. A él lo sentenciaron a muerte y ella pasó doce años en las Islas Marías.

En memoria del general Álvaro Obregón se construyó un monumento en el sitio de su asesinato. En 1934 se inició la obra con el proyecto y bajo la dirección del arquitecto Enrique Aragón Echegaray (1890-1965). Las esculturas en los costados, representando el trabajo y la fecundidad, respectivamente, son de Ignacio Asúnsolo, quien trabajó en muchas obras encargadas por José Vasconcelos, y además tomó las máscaras mortuorias de León Trotsky, José Clemente Orozco, Diego Rivera y Xavier Villaurrutia, entre otros personajes. Hasta los años ochenta podía visitarse el interior del monumento, donde se encontraba flotando en formol el brazo amputado del general, por lo que no pocos visitantes acudían más por fascinación morbosa que por interés histórico. No obstante, el trazo del parque y el gran monumento, que se complementa con un espejo de agua, invitan a una visita para recordar este fragmento de nuestra historia.

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