Don Amado Mota: el consentido de las ánimas del purgatorio

por Jaime Zúñiga

Originario de Tolimanejo, hoy Colón, Amado Mota representa un enigma para la historia de Querétaro. Se afirma su origen indígena otomí, nacido alrededor del año 1825, en una región que desde 1530 pretendió someter y evangelizar don Fernando de Tapia; al no lograrlo, regresó con el mismo propósito en 1550, y de la misma forma la empresa se malogró. Lo intentaron también personajes como don Martín de Zavala y don Jerónimo de Labra, en 1682; don Francisco de Caraza, también en 1682, y en 1692 fray Felipe de Galindo con un grupo de monjes dominicos que, al igual que los agustinos, fracasaron en su empeño evangelizador por la rebeldía de los indígenas.

Don Amado Mota nació apenas 123 años después de que don José de Escandón consiguió por fin someter la región y abrirla a la pacificación, después de la mítica batalla en el cerro de la Media Luna, en la que se decía que los aguerridos indios jonaces preferían suicidarse arrojándose al vacío antes que rendirse, y hubo casos referidos por la historia en que las mujeres se arrojaron con sus hijos. Por este hecho, Escandón obtuvo el título de Conde de Sierra Gorda. A pesar de esto, la región continuó siendo de difícil manejo, dado el carácter indómito de sus pobladores, y uno de sus descendientes tenía por nombre Amado Mota.

De él se afirma que, siendo muy humilde y sin mayores recursos, se desempeñó como arriero, teniendo unos burros con los que se ganaba el sustento. Por la frecuente presencia de tropas, terminó sumándose a ellas cuando los oficiales manejaron estratégicamente la asimilación de indígenas para que, de igual a igual, pudieran entenderse con los rebeldes y difíciles pobladores de esta zona. Parecido fue el caso de Tomás Mejía, quien logró gran éxito allende las fronteras de la región de los jonaces y alcanzó el grado de general.

Una relación de afinidad se estableció entre los dos indígenas, Mota y Mejía. Llegaron a identificarse, e incluso se especula que fueron compadres, pero tomaron caminos muy diferentes: el general Mejía murió fusilado y en la más absoluta pobreza, al grado que su familia pasó varios días con su cadáver sentado en una silla, sin poder sepultarlo por falta de recursos. En cambio, el señor Mota vivió en la opulencia.

Pero ¿cómo logró un arriero indígena, sin escolaridad alguna, amasar una de las mayores fortunas que se hayan visto en Querétaro? Hasta la fecha continúa cubierto ese dato por un velo de misterio, y no será fácil explicarlo. Provenía de una región en permanente conflicto, con habitantes, al igual que él, muy pobres. Los únicos visitantes del exterior eran clérigos misioneros de escasos recursos, y entre las pocas actividades rentables se encontraban las relacionadas con la minería, pero el producto de éstas, ante la inseguridad de la zona, se llevaba de inmediato a lugares más tranquilos. Los comerciantes poco se aventuraban con sus ganancias, y las fuerzas pacificadoras no tenían sueldos elevados, sino que obtenían apenas lo justo para sobrevivir.

Entonces ¿de dónde sacaba Amado Mota las monedas que llevaba consigo en grandes cantidades cada vez que volvía de la Sierra Gorda a su nueva residencia en Querétaro? Según se afirma, él decía que se lo entregaban las propias ánimas del Purgatorio, y dado que el mejor trabajo que había desempeñado fue como jefe de una guarnición, tenía que ser cierto, se lo daban las almas dadivosas. Su fortuna crecía y él la invertía. Y sí, en algún tiempo administró propiedades ajenas, las hizo propias, y llegó a poseer hasta quince haciendas, a las que hizo producir más que sus propietarios anteriores. Obtuvo grandes sumas de dinero como producto de sus exitosas actividades agrícolas o ganaderas, por lo que resultaba muy creíble de que las ánimas del Purgatorio lo tuviesen bajo especial tutela.

Haciendas tan importantes como Amazcala, El Lobo, El Zamorano y Alfajayucan; los ranchos El Sauz, El Capulín, Presa de Rayas, Atongo, San Rafael y otros tantos que pertenecían a la familia Sánchez de Tagle, personas de alcurnia y prosapia, fueron adquiridas por un indígena al que además la suerte favorecía, porque al presentarse conflictos hereditarios tras la muerte de algunos miembros de la familia Sánchez de Tagle, él compró las propiedades. Las ánimas del Purgatorio seguían protegiéndolo.

Nunca ocultó don Amado Mota la fuente de su gran riqueza. Al contrario, lo externaba constantemente, tal vez como muestra de reconocimiento a sus protectoras, las benevolentes ánimas, y decía: “Soy afortunado. Propiedad que compro, en ella me indican las ánimas donde está enterrado el tesoro, y lo encuentro”.

Buena parte de su vida transcurrió alejado de las haciendas que compró, pero, una vez casado con distinguida dama, pensó en la comodidad de asentarse en Querétaro, adquiriendo varias propiedades, no menos de sesenta. Entre ellas, una amplia casa que durante años funcionó como mesón por sus múltiples habitaciones. Don Amado trasformó el caserón, enriqueciéndolo con tales detalles de ornamentación y lujo que con dificultad podían relacionarse con el humilde arriero de Tolimanejo, a quien la transformación había borrado ya sus orígenes. Era imposible dudar que el rico señor Mota fuera de noble cuna. Sus gustos refinados por el arte, su forma de vestir y de vivir no correspondían en nada al cerril y original Amado.

Le tocó también vivir en el sitio de Querétaro, en 1867, cuando, simpatizando con el refinado europeo, vio con agrado la presencia de Maximiliano, con el que mostró afinidad; además, conocía a uno de los generales que lo acompañaban, su compadre Tomás Mejía, con quien se le vio en esta ciudad en varias ocasiones. Se refería que durante el proceso de los que fueron fusilados el 19 de julio de 1867 sostuvo entrevistas con el general Mejía, quien le pidió hacerse cargo de su familia. Ello le ocasionó problemas posteriormente, al ser señalado por los republicanos como simpatizante del emperador. Además, recogió al hijo menor de Tomás Mejía, a quien dio su nombre, continuando la sangre indígena en la refinada familia Mota.

Pasado el sitio, se retiró a su natal Tolimanejo, y durante muchos años vivió en una finca que aún existe y en la que pueden apreciarse sus iniciales. En esta etapa negra para Querétaro y sus habitantes, al ser considerados traidores y malditos por su simpatía con el Segundo Imperio, el señor Mota también sufrió las consecuencias.

La familia Mota, junto con su patriarca Amado, continuó acrecentando sus bienes, fincas, tierras, ranchos, casas, hasta la muerte de quien sin duda fue un predestinado, el ser humano con más suerte para encontrar tesoros y, desde luego, para dejarlos también. Se dice que la familia de don Pascual Alcocer buscó el tesoro en la casa de los Mota, pero se ignora si lo encontraron. No se sabe nada. Tal vez las dadivosas ánimas del Purgatorio se cansaron ya de repartir dinero.

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