La real historia de “Roco Poyo”

por Jaime Zúñiga

En nuestro romántico Querétaro, los antiguos nombres de las calles se tomaban de alguna referencia que las distinguiera claramente de otras, para evitar equivocaciones. Conforme la ciudad creció, con los años se agregaron nuevos e ingeniosos nombres, tomando en cuenta características propias de los lugares, acontecimientos o hechos distintivos del dominio general.

Los nombres de calles como “de la Cerbatana”, el “Callejón ciego”, la del “Biombo” o “Sal si puedes” se explicaban solos. De otros, como “Las Malfajadas”, “del Desdén” o la “del Descanso”, todos sabían su origen por la historia que las acompañaba, y por leyendas muy conocidas.

Esta costumbre perduró por muchos años, pero con la consolidación de la narrativa patria, los nombres de nuestros héroes fueron desplazando poco a poco a la nomenclatura original, en la mayoría de los casos claramente ligada con aspectos religiosos, como la “Calle del Serafín”, el Portal de “Dolores”, las calles de “San Antonio”, las de “Santa Clara”, “Santo Domingo” y “Santa Rosa”, para renombrarlas paulatinamente con los apellidos de nuestros grandes hombres y mujeres.

A pesar de la corriente innovadora, el pueblo continuaba aplicando sus propias referencias, y esta costumbre fue más evidente en la periferia de la ciudad. En este caso particular, durante los trabajos para el tendido de la vía del Ferrocarril Nacional en la década de 1880, en el tramo norte del Molino de San Antonio (antiguo Instituto Queretano), al barrenar la dura roca del lugar conocido como el Barrio del Cerrito, los pobladores rescataron unas grandes piedras para elaborar lavaderos, que se colocaron en el canal que surtía de agua a la Huerta Grande y cruzaba la “Calle de Marte”, casi esquina con “Primavera”.

En dicho canal se reunían diariamente las mujeres que acudían a lavar, porque el agua era abundante y muy limpia. Ésta provenía desde su nacimiento en los socavones de La Cañada, pasaba después de este lugar y de haber sido utilizada en las fábricas de Hércules, La Purísima y San Antonio, y continuaba para el riego de la Huerta Grande, que en un tiempo fue propiedad del gobernador Constantino Llaca. El lugar de los lavaderos era un punto de reunión muy concurrido y el paso obligado de los habitantes del Cerrito para la otra banda.

Entre las grandes rocas rescatadas destacaba una por sus especiales dimensiones, más de 1.60 metros de largo por 0.60 de ancho, perfecta para convertirla en banca y brindar descanso a los acompañantes de quienes lavaban. En ese tiempo, a los bancos en los pasillos de las casas, adosados a la pared, o en ambos lados del interior de las ventanas, se les llamaban “poyos”, o “poyitos”; siguiendo la costumbre española, también a esta banca se le conoció como “poyo”, y “roco” por ser una roca. Era “El Roco Poyo”.

Por varias décadas permaneció “El Roco Poyo” junto a los lavaderos de la Calle de Marte; en el arroyo que corría paralelo al río Querétaro, pegado a la pared en la entrada de lo que en un tiempo fue la Cartonera González, frente a la puerta del Instituto Queretano. La banca era la referencia perfecta: “¡Nos vemos en el Roco Poyo!”, porque significaba un cómodo lugar para la espera, bajo un frondoso fresno que le daba buena sombra.

Con el tiempo, y ante el desconocimiento del nombre real y de su origen, el término “Roco Poyo” fue degenerando y confundiéndose, ubicándose erróneamente en otro callejón, frente a la finca de ladrillo de dos plantas de un extranjero: don Juan Balmes, conocida como la “Casa de las Brujas” (recientemente rescatada del abandono), en donde existía un vivero de cactáceas que el propietario exportaba a Europa. En ese lugar quedó una placa de cantera que marcaba el año de 1882 como la fecha de su construcción, a la que por desconocimiento se le decía Calle del “Ronco Pollo” (hoy calle Agustín Rivera), nombre a todas luces erróneo “porque los pollos pían con mucha claridad, y no están roncos”, además de no existir ningún dato lógico que pudiese justificar el cómico y descabellado nombre del “Ronco Pollo” (ver poyo con “y”).

Este trabajo, resultado de una investigación con los habitantes del barrio de Cerrito, se publicó en 2013 en mi libro Historias y recuerdos del Querétaro antiguo, para que, como es el propósito de Preserva Patrimonio, AC, que me honro en presidir, nuestra historia no sea alterada con interpretaciones erróneas.

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