Cantona, urbanismo que sorprende

por José Antonio Sánchez Miravete

La región que hoy conforma el Estado de Puebla fue, sin duda, un núcleo esencial en la cultura mesoamericana, con pueblos dedicados al comercio y la agricultura, y en la época virreinal, cuna del arte barroco. Su estratégica ubicación la convirtió en un territorio muy codiciado, cruce de caminos y lugar de encuentro de culturas. Cada vez que visito el Estado me espera una sorpresa, y me llena de emoción descubrirla y compartirla.

Hace unos años me tocó participar en la construcción de la carretera Amozoc-Perote, por lo que tuve la oportunidad de visitar la entidad cada semana, desde la Ciudad de México. Las oficinas de la obra se ubicaban en la ciudad de Oriental, que debe su nombre al antiguo Ferrocarril Oriental, que comunicaba la Ciudad de México con el puerto de Veracruz; a finales del siglo XIX fue una estación muy importante en la ferrovía interoceánica. Saliendo de Libres hacia Perote, encontré una desviación hacia la zona arqueológica de Cantona. No resistí la tentación, y me dirigí hacia allá. Estacioné mi auto e ingresé a la zona. Al registrarme en el libro de visitantes vi que era la única persona que había visitado el sitio en diez días. El encargado me explicó que la zona se había abierto al público hacía poco, y se ofreció a acompañarme en mi visita.

Algo sabía de Cantona, y lo que encontré rebasó mis expectativas. La primera sorpresa, de muchas, me la dieron los textos explicativos en español, inglés y náhuatl, didácticos y ampliamente explicados. La segunda impresión es su traza urbana, pues se le considera la población mejor urbanizada del México prehispánico, con calzadas de hasta un kilómetro de longitud.

Cantona fue descubierta a mediados del siglo XIX por Henri de Saussure, y desgraciadamente sufrió saqueos constantes durante más de cincuenta años. Hasta este momento se ha estudiado menos de 1% de su extensión. Aquí encontramos más juegos de pelota que en cualquier otro sitio arqueológico: hasta ahora se han descubierto veintisiete, y seguramente hay muchos más. Aunado al carácter religioso de algunos, otros muestran un claro esquema lúdico. La ciudad está construida sobre un derrame basáltico del volcán Jalapasco. En la parte más alta se encuentra la acrópolis principal, y desde ahí se puede observar la traza urbana, que incluye más de quinientas calles y tres mil patios habitacionales. Cuenta con diversos accesos, todos ellos controlados para preservar su carácter fortificado. En ninguna de las construcciones se empleó cementante alguno, sino que se edificaron piedra sobre piedra. Todas las unidades habitacionales, populares o de élite, están delimitadas por muros, lo que sugiere la existencia de cierto tipo de propiedad privada. Aunque la mayoría de sus plazas se localizan en la acrópolis, que tiene una longitud de quinientos metros, hay otras en los barrios excavados hasta hoy. La Cuenca de Oriental vivió su apogeo cultural entre 700 y 150 a.C. Posteriormente se incrementó la población en Cantona. A partir de 1050 d.C., debido a cambios en el clima y a la llegada de los chichimecas, la zona quedó abandonada.

Los cantoneses basaron su economía en la fabricación de objetos de obsidiana, que exportaban a un sinnúmero de pueblos. Fueron rivales importantes de Teotihuacan, y por su ubicación llegaron a dominar el comercio de mercancías, que debían pasar forzosamente por su territorio. Se han encontrado silos o depósitos para granos o algún otro material, excavados en la lava.

Con la nueva carretera terminada, visitar Cantona se vuelve una oportunidad única para conocer una civilización fundamental en el desarrollo de Mesoamérica. Caminar por sus calles, perfectamente trazadas, nos ayuda a imaginar la vida cotidiana de una civilización precursora en el Estado de Puebla.

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