A finales de mayo —del 22 a 25—, cuando el Riviera Maya Open marque el regreso de la LPGA a México tras ocho años de ausencia, habrá que poner atención a una nueva golfista mexicana: Isabella Fierro. Vamos a conocerla en esta entrevista.
Con 24 años, veinte de ellos dedicados a la práctica del golf, Isabella Fierro podrá mostrar su swing por primera vez en su país en un torneo de la LPGA. La invitación al Riviera Maya Open es un impulso que GS Sports Management ha dado a Isabella, quien se unió al tour de la LPGA en 2022, y en 2024, su año de novata, jugó el US Open Women’s luego de mucho insistir por clasificar.
Formada en el programa de golf de la universidad estatal de Oklahoma y con un swing totalmente renovado, Isabella afronta diversos retos. Entre los inmediatos están despuntar en el Epson Tour y ganar un torneo de la LPGA. A largo plazo, sus ambiciones apuntan a una medalla de oro olímpica.
En esta charla, Isabella recuerda sus inicios como golfista, cuando debía competir con niños mayores que ella; además, analiza las problemáticas de las jugadoras latinoamericanas y habla de otra de sus pasiones: cantar.

Isabella, ¿cómo empezó tu historia en el golf?
Empecé a jugar golf cuando tenía 4 años, pero fue cuando gané mi primer Mundial, a los 6 años, cuando me di cuenta de que me había enamorado de este deporte. Veía que mientras más practicaba, mejor me iba, y veía resultados. Eso fue lo que me encantó, me atrapó. Además, mi papá también es golfista de hobby, Y siempre lo veía jugar.
¿Qué tan común era en tu entorno encontrar niñas que compartieran el gusto y el objetivo de llegar a ser golfistas profesionales?
Yo soy de Mérida, Yucatán, pero después me fui a Ciudad del Carmen, Campeche, donde no había otras niñas jugando. ¡Yo era la única! De pequeña, cuando yo tenía 4 o 5 años, no había niñas de mi edad jugando golf. Yo jugaba con niños cinco o seis años más grandes, y creo que por eso perdí el miedo a las cosas y a los retos. Cuando cumplí por ahí de 8 o 10 años, ya empecé a jugar con niñas solo un poquito más grandes. Eso me volvió muy disciplinada. Cuando hubo más niñas fue más interesante para mí, más padre, al saber que ahora sí podía competir con niñas de mi edad.
¿Cómo defines tu estilo como golfista?
Siempre he sido muy aguerrida. Juego sin miedo. No tengo miedo a cometer un error. El golf no es un deporte de perfección; más bien, se trata de cometer la menor cantidad posible de errores. En los últimos años he trabajado mucho psicológicamente, para jugar con serenidad y con la cabeza fría, porque los latinos en general no tenemos esa cualidad tan fuerte. Entonces, hay que desarrollarla un poco más. En este año me estoy enfocando en adquirir ese tipo de personalidad: ser más calmada y serena en el campo de golf, pero sin perder mi esencia: celebrar los golpes buenos y los triunfos, y aprender de los momentos malos también.
Llegaste a ser la jugadora número 28 en el ranking mundial en la categoría amateur. ¿Cuáles fueron tus principales aprendizajes y desafíos en esta etapa?
2017 fue mi año de oro. Empecé ganando cuatro torneos de cuatro en el año: gané aficionadas, gané el sudamericano amateur, gané el Nacional del Mayakoba y quedé en cuartos de final en el Women’s amateur —que es un torneo mundial en Estados Unidos; es como un equivalente al US Open para amateurs, es un torneo muy grande—. Esos cuatro torneos tuvieron algo en común: no tuve expectativas, y creo que eso me ayudó. Empecé con muy buena preparación, pero en el golf tienes rachas, como que estás jugando bien y empiezas a engancharte un poquito más cada vez; jugaba una semana bien, y de inmediato era como borrón y cuenta nueva. Trataba de no llevarme lo de una semana a la siguiente. Jugaba sabiendo que lo único que tenía bajo control era mi actitud.
En 2022 te uniste a la LPGA; 2023 fue un año más intenso, y 2024 fue tu año de novata. ¿Qué avances percibiste una vez dentro del mayor circuito del golf?
Algo que he trabajado con intensidad, que aprendí mucho en el año pasado y estoy llevando un poco más en el actual es conocerme a mí misma, aunque semana tras semana puede volverse difícil. El año pasado, como de media temporada para adelante, me agarró una rachita no tan buena, complicada. Y traté de aprender lo más que pude de mí misma. Hablaba conmigo y me decía: “Oye, ¿sabes qué? Hoy me sentí un poco más nerviosa de lo normal”, porque me gusta preguntarme por qué me siento de cierta manera. Eso me brindará herramientas para cuando esté pisando en un major o en un torneo muy grande, para saber qué hacer, con la respiración, caminar más lento o tomar agua. La forma de entrenar también cambió conforme mis metas se volvieron más ambiciosas.

En 2024 jugaste el US Open Women’s por primera vez. ¿Cómo fue esa experiencia en un entorno de mayor exigencia?
El US Open es un torneo especial, porque cada año ponen un monstruo de campo, con las condiciones más difíciles. O sea, son campos muy complicados, duros, grandes, diseñados para sacar a las jugadoras que no están preparadas mentalmente. Ponen a prueba cada parte de tu juego.
Yo intenté calificar al US Open desde que tenía 12 años, y apenas el año pasado pude hacerlo. Recuerdo mi primera experiencia al estar en el tee del hoyo uno y ver a diez mil personas ahí paradas. Quieras o no, eso provoca nervios, y a mí me encanta sentirlos. Ya ahí, es inevitable compararte con otras jugadoras, ves cómo reaccionan, y al final te olvidas de todo y piensas en lo que tú eres, y reflexionas en que estás ahí por algo. Aprendí muchas cosas, entre ellas, que tengo que creérmelo.
A lo largo del año, ¿cómo llevas tu preparación?
El año pasado acabé mi temporada en noviembre, y me tomé casi tres semanas sin golf para descomprimir, relajarme y distraerme de una temporada bastante fuerte y abrumadora, en el sentido de que fue muy emocionante, con altos y bajos. En esas tres semanas sin golf pude convivir con la familia. También mi coach y yo hablamos, tuvimos feedback para ver qué puede mejorar. Y luego vinieron ocho o nueve semanas de puro gimnasio, para ponerme fuerte, porque queríamos pegarle con más fuerza a la pelota. En esta etapa hay que comer más.
Con el trabajo en el gimnasio decíamos que el swing se iba a “estropear”, porque nos enfocamos en ponerme fuerte, grande, y trabajamos mucho para que duela el músculo al día siguiente. Ponerme fuerte fue la primera meta de la pretemporada para, a partir de ahí, ajustar el swing al cien por ciento. Eso quiere decir que evaluamos cómo está el swing para ver qué podemos mejorar. Mi coach tiene una personalidad muy fuerte, y no tiene miedo de cambiar cosas. Más que inteligente, es muy sabio, y sabe cuándo sí y cuándo no hay que hacer cambios. Entonces, en febrero me dijo: “Tenemos casi dos meses y medio de preparación. Vamos a darle al cambio de swing”. Entonces, la verdad, no voy a mentir, fueron meses muy frustrantes para mí, porque mi swing cambió completamente, cuando yo llevaba haciendo el mismo movimiento desde que tenía 4 años. Sí fueron prácticas frustrantes, pero yo debía ser paciente y llevármelo más tranquila, porque no podía pegarle a la pelota. Para un golfista, un cambio de swing es como decir a un tenista que debe jugar derecho cuando ha jugado de revés todo el tiempo. Incomoda mucho, pero te das cuenta de que para tener una carrera larga y tener éxito hay que estar incómoda, porque así es como mejoras.
Ya que mi coach me cambió el swing y lo tenemos bien afinado, es momento de salir al campo a jugar mucho: jugar, jugar, jugar y ya no pensar en técnica, porque ya está bien. Entonces, al momento en que juegas una bola, te pones a pensar solamente en cuestiones de rutina: cómo llegar al tiro, ver los postes, sentirte como si estuvieras en competencia.
Eres, junto con las también mexicanas Gaby López y María Fassi, una de las siete latinoamericanas ubicadas entre las mejores 500 golfistas en el ranking mundial. ¿A qué atribuyes esta presencia reducida de golfistas de nuestra región?
Afortunadamente está Sophie García, una golfista paraguaya muy buena; está Dani Darquea, una ecuatoriana también muy buena. Estamos María, Gaby y yo entre las latinoamericanas. Pero, obviamente, al ver el circuito de la LPGA notamos que hay muchísimas jugadoras asiáticas —chinas, japonesas, surcoreanas, tailandesas— y estadounidenses, y te preguntas por qué. Yo digo que la mayor causa es la falta de apoyo. El golf es un deporte muy caro. Una temporada cuesta alrededor de dos millones y medio de pesos. Y hay compañías que dicen: “Si no das resultados, no te apoyamos”. Entonces, hay que buscar gente que vaya contigo de la mano, que crea en ti y sepa que en ningún deporte existe una línea recta para llegar a la meta, siempre habrá tropezones.
La falta de apoyo económico es un impedimento para las jugadoras latinas. No tener estabilidad económica puede distraer en el campo de golf, pues hay que pagar al caddy, cubrir el boleto de avión para los torneos, el alojamiento y otros gastos relacionados. El aspecto económico ha sido un impedimento para las golfistas latinas, porque realmente son muy buenas y tienen mucho talento.
¿Qué hace falta en cuanto a fogueo?
Siempre comparo mucho con las europeas, especialmente las españolas, francesas y suecas, porque desde su época como junior asisten a campamentos. Para las australianas, aunque no sean profesionales aún, su equipo tiene en Estados Unidos una casa donde hay gimnasio y campo de golf, y pueden ir a entrenar por una semana.
Las europeas, en general, tienen un sistema de preparación bastante sólido, no solo en el aspecto físico y técnico; también en el psicológico. Entonces, cuando llegan al profesionalismo tienen bases firmes para llevar su carrera.
Desde que jugué en torneos juveniles y amateurs representando a México, siempre he hecho esa comparación, y digo: “Qué padre que estén haciendo esto”, y me pregunto: ¿cómo podemos incorporar esto en México? Y sí, han hecho bastantes cosas similares.
Naciste en Mérida y viviste en Ciudad del Carmen. ¿Cómo ocurrió tu traslado a Estados Unidos?
Siempre supe que quería ir a Estados Unidos. Es una bendición ir becada al cien por ciento, como me pasó a mí. Por fortuna, universidades bastante buenas estuvieron interesadas en mí, como Stanford, Arizona State, Oklahoma State, Auburn y Mississippi.
Me decidí por Oklahoma. Mucha gente me preguntaba por qué no me fui a Arkansas, donde estuvieron María y Gaby. Pero yo dije: “Llévenme a un lugar que no sea tan exitoso en el golf, para que yo pueda ayudar al programa a crecer”. Y Oklahoma abrió el panorama para otras que niñas de todo el mundo dijeran: “Yo también puedo ir”. Oklahoma es un lugar muy diferente, porque es muy pequeño. Es un pueblo. Siempre supe que quería enfocarme en el golf y en la escuela, no quería distraerme en otras cosas. Siempre fui muy disciplinada en eso.
Fue un cambio muy drástico ir de México, donde estaba con mi familia y con todo el mundo apapachándome y haciéndome las cosas, a vivir sola en un país nuevo, en un estado muy pequeño, donde nadie te va a decir: “Haz esto o esto”; te das cuenta, tienes que madurar. A veces debes cometer errores para aprender, pero yo diría que 90 por ciento de las jugadoras en la LPGA que se fueron a college son las que van a sobresalir, porque les dan herramientas para conocerse a sí mismas, como golfistas y en lo personal, para tener una carrera exitosa. Hay que tener paciencia y calma, porque no porque tengas 17 años y estés jugando tu mejor golf se acabó. El deporte profesional es muy distinto. La carrera de una golfista es muy larga; si empiezas rápido, te caes rápido. Entonces, mientras más tiempo tengas para madurar con las herramientas que te da la universidad, te irá mejor.
¿Qué porcentaje de tu tiempo dedicas al golf?
Creo que, a nivel profesional, el golf exige 70 u 80 por ciento de mi tiempo. Podría mentir diciendo que es el cien por ciento, pero al final también quiero tiempo para estar con mis hermanos y mis papás, tener tiempo para mí, y hacer cosas que me hagan feliz fuera del campo de golf, para estar en mi relación y ser feliz también.
¿Y cantar también?
¡Sí! ¡Me fascina cantar! Yo todo el tiempo estoy cantando, bailando. Soy una niña muy feliz. Honestamente, en Oklahoma me agarró una temporada difícil emocionalmente, pero al final lo superé, porque nunca me dio miedo cantar frente a la gente. En ese momento soy yo misma, y no me importa lo que las personas digan.
Me gusta cantar de todo. Cuando llegué a Oklahoma odiaba el country, no había manera de que lo escuchara. Pero estando allá me encantó el country nuevo, no el redneck antiguo. Ahora, con mi hermana, canto muchas canciones que ella me pone en español. Mecano me encanta, pero mi playlist es súper variado, tengo de todo: desde música clásica de violín, rap y hasta reggaetón.
¿Cuáles son tus objetivos para este año en el golf?
Este año quiero enfocarme en quedar en el top 10 del ranking de Epson Tour, para volver a ganar mi tarjeta para LPGA; ganar tres veces en el Epson Tour también me da tarjeta directa a LPGA. En la LPGA quiero jugar y ganar al menos un torneo, y competir en un major. Otro objetivo muy grande es mi preparación para los Juegos Olímpicos en Los Ángeles. Siempre he tenido la meta de ir a las olimpiadas y ganar una medalla de oro para México.
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