El Santuario de la Piedad

En colonia Narvarte, Alcaldía Benito Juárez, en la CDMX, se encuentra el barrio conocido como La Piedad. El sitio fue un asentamiento prehispánico cuyos habitantes se dedicaron a la pesca, conocido como Ahuehuetlán o Atlexuca, y sobrevivió como pueblo originario hasta avanzado el siglo XX. Durante la Colonia fue sede de un convento dominico. En 1595 se edificó el Colegio Imperial de La Piedad y Porta Coeli. La población se conectaba con la ciudad a través de un sendero que posteriormente se conoció como la Calzada de la Piedad; en 1844, mi bisabuelo, José de la Hoz, juez de paz, convenció a un grupo de vecinos de ensanchar aquel sendero, que así se volvió calzada.

El templo se reconstruyó en 1652 tras las continuas inundaciones causadas por el desborde de las aguas del río. Uno de los mayores secretos del templo es la pintura anónima de Nuestra Señora de la Piedad, de más de 470 años de antigüedad; se trata de un óleo de dos metros de alto por uno setenta y ocho de ancho. Cuenta la leyenda que un fraile dominico fue enviado a Roma para encargar la pintura de la advocación del templo; al artista comisionado sólo le alcanzó el tiempo para dibujar un boceto, y así inconclusa se embarcó de España a Veracruz. Durante la travesía, una fuerte tormenta casi hace naufragar a la embarcación. El religioso pidió a la Virgen de la Piedad que los salvara, y prometió construirle una iglesia; milagrosamente, el barco llegó a costas veracruzanas. El fraile continuó su viaje a la capital para reunirse con sus superiores. Narrándoles el periplo, sacó el cuadro de su envoltura y, ante la sorpresa de todos, el lienzo estaba totalmente terminado.

Durante el siglo XIX el templo fue abandonado; se decidió su destrucción total en 1942, y en su lugar se construyó la Octava Delegación de Policía, en la actual esquina de Obrero Mundial y Cuauhtémoc. En un predio cercano se construyó la nueva parroquia. Con ayuda de los vecinos, el párroco Darío Pedral inició la obra. La primera piedra se colocó el 11 de abril de 1945, y el último “cucharazo” de mezcla lo dio en 1957 Rosendo Arellano, dueño de la peluquería “Edith”, que aún existe frente a la iglesia.

La obra fue diseñada con una concepción neogótica por el Arq. Enrique Langescheidt, asesorado por el maestro Jesús Gama Flores. Ambos invitaron al también arquitecto Pedro Medina Guzmán, mejor conocido como el Charro Medina, para que pintara un mural detrás del altar a manera de un gran retablo. El reto era insólito, con una altura de más de 32 metros y un área curva y triangular de 900 metros cuadrados, el artista creó un mural con el tema del Apocalipsis. El mismo Charro contó en una entrevista que debió estudiar la Sagradas Escrituras para imaginar la magna obra. Era un maestro de la perspectiva. Invirtió más de un año en los bocetos y más de tres en pintarlo. La imagen de Dios la representó con cuatro inmensas manos, por la concepción de “creador”, y éstas dominan la parte alta del mural. Las manos superiores son pasivas, y las inferiores son activas: desde ellas sale fuego creando materia. Pinta ángeles desnudos y sin alas, vistos desde abajo. A media altura hay un peñón; en la parte más alta se encuentra Adán, de pie observando la terminación del mundo, con espíritus que portan atributos en forma de ramas, y debajo está Eva, arrodillada. El centro lo ocupa un Cristo ecuestre triunfante. En el lado izquierdo se ve la bomba atómica; había pintado una monja a la que un soldado golpeaba con el fusil, pero la Secretaría de Gobernación le pidió mesura, y el artista modificó la escena. En la parte baja pintó a personajes de su vida: a su padre, al Arq. Calos Lazo a Marcial Gutiérrez y Marcelino Campos, quienes lo ayudaron en la obra, y él mismo aparece arrodillado junto al Arq. Langenscheidt. Al otro lado, unos perros están ladrándole a los profetas, y aprovechó las trabes que sostienen al cuadro de la virgen para dar una nueva dimensión a la pintura. En la parte baja, del lado izquierdo, están representados personajes del Antiguo Testamento con una leyenda que dice: “Llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte, pensará que da culto a Dios”.

En cada visita al templo se encuentran nuevas figuras y vistas que nos llevan a redescubrir una obra digna de admirar.

 

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