El origen de la ciudad de Puebla

Este 16 de abril se festeja el 489 aniversario de la fundación de Puebla de los Ángeles. ¿Quién y cómo, en aquel lejano 1531, decidió fundarla, y por qué en ese sitio? La verdad en la historia está siempre escondida en algún rincón de las muchas teorías que la van tejiendo.

Bien conocido es el sueño que el dominico Julián Garcés, primer obispo de Tlaxcala, tuvo el 28 de septiembre de 1530, en la víspera del día de San Miguel, en el que unos ángeles le señalaban un hermoso lugar, con tierra fértil, agua abundante y clima saludable, propicio para fundar la ciudad: un espacio modelo, administrado y operado por españoles. Podemos citar también la defensa de Motolinía para la ubicación exacta del lugar, ayudado por la comunidad franciscana, que ya eran guardiana de los asentamientos indígenas de Cholula, Huejotzingo y Tlaxcala. O a Juan de Salmerón, quien presidía la segunda Audiencia y llegó a México a finales de 1530 con la instrucción de instalar una población española en la provincia de Tlaxcala: “Un pueblo de cristianos españoles en el más conveniente y aparejado lugar que os pareciere”.

Este experimento urbano-social utópico intentó crear una comunidad igualitaria, al tiempo que trataba de proteger a los indígenas, donde los colonizadores crearan riqueza para la colonia y la Corona, labrando y cultivando con técnicas europeas. Es importante comentar que, por la alianza de Cortés con Tlaxcala, esta zona estaba eximida del establecimiento de españoles. La idea era encontrar un lugar a donde enviar a vagabundos españoles y volverlos “labradores”.

El lugar era un asentamiento indígena abandonado, conocido como Cuetlaxcohuapan, “tierra de serpientes” o “lugar donde se lavan las entrañas”, y se comenta que ya existía una venta en el camino Veracruz-México, regenteada por Esteban Zamora y un tal Pedro Jaimes, de la que sólo quedaban unas cuantas casas manejadas por el encomendero Alonso Galeote. La ubicación vinculaba a México con Veracruz, la península y el sur.

Decidido el lugar, se pidió a Hernando de Saavedra, “hombre de buen entendimiento y experiencia”, que repartiera los solares. El 16 de abril se procedió a construir un altar, decir misa y bendecir el lugar; tal vez el sitio exacto sería donde hoy se encuentra la capilla de Santa Elena, en el templo de la Santa Cruz. Un temporal de fuertes lluvias obligó a reconsiderar la ubicación final de la ciudad, y se refundó el 29 de septiembre de 1631, día de San Miguel, patrono de los Ángeles; de ahí podría salir lo de Puebla de los Ángeles, aunque también es posible que Julián Garcés se lo pusiera en memoria de su convento, Santa María de los Ángeles. Esta refundación debió ubicarse al sur de lo que hoy es el Cerro de Guadalupe (llamado de Belén en esa época), en el margen oriental del Río de San Francisco.

Sobre el origen del nombre de Puebla hay también dos versiones: las “Cartas de puebla” concedidas por la Corona para la fundación de nuevas ciudades: “…el lugar donde se puebla”, o el apellido de Juan de la Puebla, franciscano español que fundó el grupo de donde se eligieron los primeros misioneros que llegaron a la Nueva España.

Era imposible no ocupar mano de obra indígena, y aunque era una zona no poblada, algunos grupos indígenas alegaban su posesión, mientras los peninsulares exigían su encomienda. A los pobladores de la Ciudad de México les preocupaba la existencia de un sitio intermedio de producción entre ellos y Veracruz, por lo que defendían la ruta inicial por Huamantla, Perote, Jalapa y Veracruz.

Para 1534, Puebla contaba con cincuenta cabezas de familia, un hospital, iglesia, un molino para pan, y empezaba a convertirse en un lugar de interés comercial para los viajeros. La traza de la nueva ciudad tuvo influencias renacentistas, y se eligió un proyecto regular, que partía de una plaza de armas delimitada por los poderes civil y eclesiástico, a imitación de las ciudades españolas. El rectángulo de la plaza mayor mide 250 varas (una vara corresponde a 0.89 centímetros) de oriente a poniente, y 128 de norte a sur. Partiendo de la plaza se trazaron 295 manzanas para casas habitación y 125 para huertas. La ciudad además presentaba una orientación de 24° hacia el este en relación con el norte, con el fin de proteger sus aceras y calles de los rayos directos del sol, así como para bifurcar los vientos dominantes del norte, que descienden de La Malinche durante el invierno. Se proyectaron plazas menores para alojar edificios que no eran para vivienda: la de San Luis, la de San José y la de los Sapos, donde abundaba ese batracio.

El sueño de Julián Garcés puede ser una leyenda, y el fracaso de la utopía es una verdad. Pero sobre esos cimientos se creó una ciudad que en pocos años cumplirá cinco siglos de ser el corazón comercial de un país que se forjó por la historia de la comunicación entre continentes durante los últimos quinientos años.

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