Dos antiguas leyendas olvidadas

por Jaime Zúñiga

La Calle del Descanso

Se inició en forma gradual. Pasaban de las Casas Reales o de la Casa del Santo Oficio, en ocasiones al amanecer, y en otras en las primeras horas de la noche. Pasaban lentamente, tal vez como un gesto de humanidad, e incluso les permitían permanecer de pie al suspender momentáneamente la marcha, y en ocasiones los dejaban sentarse.

Los condenados a muerte, después de tres cuadras si de las Casas Reales salían, o cinco, si de la Casa del Santo Oficio, pero descansaban. A la vuelta de la esquina se encontraba la horca —frente a la pila de los ahorcados, fin de su breve recorrido. Los vecinos, pocos, muy pocos, no se atrevían siquiera a ver, por considerarlo de mal agüero, pero esta última calle recibió el nombre popular de la “Calle del Descanso”, hoy Pasteur Sur.

Fueron pocas las ejecuciones, pero de gran impacto. Primero se colgó a herejes blasfemos, y años después a homicidas y rateros irredentos; todos ellos tuvieron su fin a las orillas de la ciudad, frente al bosque de la actual Alameda. Ahí se alzaba el cadalso, lugar maldito por los espíritus que quedaron sin cuerpo, sin saber a dónde ir, sin tener quién los reclamara. Se dice que ni el demonio vino por algunos de ellos, de tan malos.

Estos espíritus recorrían las angostas calles, y en las noches pocos vecinos se aventuraban a salir, ni siquiera a descolgar las lámparas o farolas que en los ganchos de la parte superior de las ventanas, y en número de dos, se destinaban para tal propósito, dejando que las luces se extinguieran solas hasta donde el petróleo durase. Era preferible esto que exponerse a un encuentro con el alma perdida de un ejecutado: las lámparas estaban seguras; nadie trataría de robarlas en la calle las almas en pena.

Cuentan con horror que en la penumbra de sus habitaciones escuchaban extraños sonidos, llantos, pasos, rezos y ruidos de ruedas metálicas de carruajes, cadenas o gritos de arrepentimiento, que se perdían entre el inconfundible ruido del pataleo en la tarima de la horca, como estertor final.

 

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